Señoríos y despoblados en El Rebollar

centrode febrero 11, 2013 0
Señoríos y despoblados en El Rebollar

Mª Paz de Salazar y Acha

Publicado en:
Cahiers du P.R.O.H.E.M.I.O., V (2004),
Volumen I, pp. 117-128

Cuando elegí este tema para mi exposición en estas Jornadas, pensé que unas pocas páginas bastarían para describir las villas y lugares del Rebollar, desde su aspecto histórico-jurisdiccional, pero la documentación encontrada convierten este trabajo en un pequeño paseo por los señoríos y despoblados de esta comarca, que bien merecen un estudio más profundo y extenso en un próximo futuro.

EL REBOLLAR A TRAVÉS DE LOS SIGLOS

Las villas y lugares que en la Edad Media componían la actual comarca del Rebollar: Peñaparda, el Payo, Villasrubias, Robleda, Navasfrías, El Villar y Perosín, pasaron por el mismo proceso que los demás pueblos de Castilla y León. La política seguida por los Reyes en su avance reconquistador a los moros era ante todo la repoblación de las tierras, concediendo exenciones y privilegios a sus vecinos y encomendándolas para su defensa a las Órdenes Militares, fundadas precisamente con ese objetivo. Así Villasrubias y Navasfrías pertenecieron a las órdenes de San Juan y Alcántara respectivamente.

Uno de los documentos más antiguos que conozco está fechado en 1181 y se refiere precisamente a la donación del lugar de Villasrubias, otorgada por Fernando II de León a la Orden de San Juan[1]. En cuanto a Navasfrías, cuenta la crónica de la Orden de Alcántara cómo, hallándose el rey leonés Alfonso IX en Ciudad Rodrigo, en julio de 1219, acudió allí el Maestre de Alcántara don Frey García Sánchez para recibir de él el pendón de su Orden, y el Rey, en reconocimiento del servicio que esta Orden le había hecho, encargándose de la defensa de aquellas tierras, le hizo merced del lugar de Navasfrías, que era entonces término de Sabugal[2].

En Mayo de 1223 fue el Maestre de Alcántara a Navasfrías y dio a sus pobladores y vecinos un fuero, que fue confirmado por el Rey en 1228[3]. Navasfrías estuvo incorporada primero a la Encomienda de Salvaleón, y posteriormente a la de las Eljas al unificarse ambas.

Desde el año 1227 el Obispo y el Cabildo de la Catedral de Ciudad Rodrigo recibían de la Orden de Alcántara la tercera parte de todos los diezmos de Navasfrías por un acuerdo que hicieron entre ellos en razón de amor y paz [4].

A lo largo del siglo XIV, fue costumbre, tanto de los linajes poderosos como de los vecinos de las villas y lugares, entrometerse en las tierras comunes ensanchando las lindes de sus propiedades, cambiando mojones, haciendo pastar en ellas a sus ganados, y arrendándolas -e incluso vendiéndolas- como suyas propias. En 1376, ante la denuncia de los Concejos que se veían desposeídos de los devasos y términos comunes, el juez pesquisidor, Gonzalo Pérez de Zamora, realizó un minucioso interrogatorio a numerosas personas de diversos pueblos de Ciudad Rodrigo sobre la ocupación de sus tierras. Por sus respuestas conocemos que no se salvaron de esta ocupación las de El Villar y Peñaparda[5].

Durante el siglo XV, el rey convierte en señoríos algunas villas realengas, así Enrique IV en 1466 hizo merced del Payo de Valencia a Diego del Águila en remuneración de los muchos trabajos padecidos en su servicio[6].

De Peñaparda eran señores los Centeno cuyo linaje extendía su poder más allá de la sierra de Jálama, en Trevejo y las Eljas, poseyendo también tierras en varios lugares de Ciudad Rodrigo como la Horquera, Vadillo, Berrocal y Casasola del Río.

En las primeras décadas del siglo XVII, el Consejo de la Real Hacienda decidió poner a la venta la jurisdicción de varios lugares, para paliar el grave problema económico que se estaba padeciendo. En los libros de acuerdos del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo queda constancia de la preocupación de los Regidores ante la pérdida de esos lugares de su jurisdicción, y las diligencias hechas en Madrid para lograr impedirlo. En 1630, el consistorio envió a don Cristóbal Vázquez, Regidor de Ciudad Rodrigo, para que en su nombre tratara de impedir, desde Madrid, la venta del lugar de Perosín por ser puerto real del servicio i montazgo y estar cercano a la raya de Portugal. Otros dos regidores, don Antonio de Barrientos y don Antonio Brochero, fueron a hacer las contradicciones de la compra de la jurisdicción de Perosín y estuvieron también presentes en las mediciones de la tierra[7].

Poco después se venden también los lugares de El Villar, Peñaparda, Casillas y el Payo.

Sin embargo, la guerra con Portugal es causa de la despoblación de estas villas por encontrarse tan cerca de la frontera, hecho que volvió a repetirse a comienzos del siglo XVIII en la guerra de Sucesión. Perosín y el Villar de Flores se convirtieron definitivamente en dehesas.
A finales del siglo XVIII, hubo un intento de repoblación de los ciento diez despoblados del Partido de Ciudad Rodrigo pero este proyecto, comenzado en 1769, no tuvo un final feliz.

Muchos de estos datos son ya de sobra conocidos y recogidos por los historiadores y, por tanto, no voy a insistir en ellos sino sólo en los que creo que pueden aportar alguna novedad a la historia.

EL CASAR DE DON JACOME

Al sur de Villasrubias, lindando con la provincia de Cáceres, se extiende una zona poblada de robles en donde da comienzo el Río frío. Se trata de la dehesa del Jaque, cuyo origen voy a exponer a continuación.

El 10 de septiembre de 1526 apareció el canónigo Cambax ante el bachiller Gallego, que era el teniente de corregidor en ausencia del noble caballero Juan de Guzmán de Herrera, corregidor de Ciudad Rodrigo, y presentó un pergamino del que pendía un sello de cera, pidiendo se viese y examinase la dicha carta e si la hallase estar buena e sana e no viciosa ni en parte alguna sospechosa se la mandase abtorizar mandándole sacar e dar un traslado o dos o más pues en caso de que se le llegase a perder o perecer por fuego o agua, furto o robo o por otro caso fortituyto (sic) se le podría seguir mucho daño[8]. Se trataba este documento de una escritura de donación fechada en 1290 hecha por el Concejo de Ciudad Rodrigo, a ruego de la Reina doña María de Molina, a don Jacome vecino de esta ciudad, de un heredamiento que describe por encima de Río frío como toma en la garganta de la Ossa e va a la Cabeça de Villa ruvias e como sal a la Carrera que viene de Gata para Robleda e llega a la Cabeça que es aquende de Robledillo de los Ángeles. Este heredamiento, desde entonces, tomó el nombre de “El Casar de don Jacome” aunque a través de los años, corrompido el nombre de “Jacome”, dio lugar al de “Jaque” con el que se conoce hoy día esta dehesa.

A finales del siglo XV tenía varios propietarios, la mayoría vecinos de la villa de Gata. Ignoro quién fuera don Jacome y qué servicios había prestado para que la Reina doña María rogara al concejo esa donación a su favor. Desde luego, por su nombre, parece haber sido personaje foráneo, tal vez de origen catalán o incluso francés. El que sí nos es conocido es el canónigo Cambax, que era poseedor en 1526 de la dehesa del Jaque de Riofrío, que había ido adquiriendo por compras hechas a sus propietarios, entre ellos, en 1523, a don Francisco de Trejo, obispo de Troya, morador en la villa de Gata, del Maestrazgo de Alcántara.

El nombre completo del canónigo era Pedro Cambax de Miranda, perteneciente a éste último linaje mirobrigense, aunque había antepuesto el apellido de su madre por el que era conocido. Hijo de Álvaro de Miranda y Mayor Sánchez Cambax, está enterrado en la Catedral de Ciudad Rodrigo junto al altar de las Once mil Vírgenes, fundado por sus padres.

Tenía el Casar de don Jacome sus propias Ordenanzas, aprobadas por acuerdo de sus herederos -que así se autodenominaban sus propietarios- fechada en la villa de Gata, el Domingo, 21 de octubre de 1515. Se iniciaban así: En el nombre de Dios y de la Virgen Sta María Amen, estas son las Ordenanzas fechas sobre la guarda de la Dehesa del Casar de don Jacome de Río frío y otras cosas que se han de guardar. Su contenido, desglosado en ocho puntos, prohibía a todo el que no fuera heredero cazar con ballesta en la dehesa, ni matar en ella ninguna pieza bajo pena de perder la ballesta y cien maravedís y la obligación de entregar un cuarto de la caza a los herederos de la dehesa.

Comprometía a cada heredero a no dar licencia para cortar madera, cazar, pescar, ni coger bellota ni yerba sin permiso de los demás herederos so pena de 600 maravedís; la concesión de esa licencia debía darse por los seis herederos que mayor parte tuvieran en la dehesa. En cuanto a las multas decía textualmente: el que se fallare cazando haia perdido la caza y el uron y más cien maravedís de pena; el que se fallare pescando caia en pena de perder el pescado que obiere tomado e más las redes conque lo pescare e los dichos cien mrs; el que se hallare cogiendo bellota caia en pena de cien mrs y perdido el costal o otra cosa con que lo cogiere, y el que se fallare segando yerba la misma pena haya; de todo el ganado que se hallare ajeno en la dicha dehesa tenga pena cada una res vacuna de quatro mrs y de noche al doble, esta pena se entiende fasta veinte reses y de aí arriba sea abida por pícara e caia en pena de sesenta mrs, e del ganado menudo, de cada piara caia en pena de otros sesenta mrs y de aí abajo aia respeto.

Mandaban también estas Ordenanzas que, en caso de que algún heredero quisiera vender su parte, no pudiera hacerlo sin haberlo comunicado a los demás propietarios, que tenían, por tanto, el derecho preferente a su compra.

A la muerte del canónigo Cambax, la dehesa del Jaque pasó a su hermano Martín de Miranda que, en 1539, fundó mayorazgo en su hijo don Álvaro de Miranda, quedando vinculada toda la Deesa de Riofrio que llaman el cassar de Don Jacome que al presente vale seis mill e quinientos maravedis de renta en cada un año. Desde entonces ha pertenecido a los descendientes de esta familia, durante más de cuatro siglos hasta hace unos años en que se vendió.

Un suceso curioso, del que existen varias versiones, ocurrió en esta última época. Parece ser que llegó al Jaque un ciudadano francés preguntando por unos eslabones de cadena y contó que sabía por tradición familiar que un ascendiente suyo, soldado de Napoleón en la guerra de la Independencia española, enterró algo de valor allí, teniendo como punto de referencia del lugar, unos eslabones. No supieron darle respuesta pero tiempo después, se hallaron tallados en una enorme piedra unos eslabones; no obstante, aunque se buscó, nunca se encontró nada. Esto dio lugar al misterio del “Tesoro del Jaque” convertido ya casi en una leyenda.

Sin embargo, un dato de mayor trascendencia histórica en torno al Casar de don Jacome de Riofrío, nos lo aporta la carta de donación hecha por el Concejo a don Jacome; estaba escrita en pergamino de cuero y llevaba colgado de una trença de hilo blanco e leonado un sello grande de cera blanca que tenía de una parte una imagen de Nra Señora con su hijo en los braços e de la otra parte las armas de la cibdad que son tres pylares. Con estas palabras, la escritura fechada en 1290 confirma la antigüedad de las tres columnas como emblema de Ciudad Rodrigo.
La dehesa del Jaque pertenece hoy a la jurisdicción de Villasrubias.

PEÑAPARDA

En el siglo XV, era Señor de Peñaparda Alonso Centeno, hermano del famoso Hernán Centeno, llamado el Travieso. Fue aquella una época de luchas de bandos durante la cual no se hacía justicia ni se castigaban los delitos. Al decir de entonces, cada uno hacía lo que quería y andavan a ¡viva quien venze![9]. De este modo, Hernán Centeno, hermano del Señor de Peñaparda, se alzó con el castillo de Rapapelo en la sierra de Gata -conocido todavía hoy como as Torris de Hernán Centeno- y desde allí hacía sus correrías, de las que no se libraba Portugal, teniendo atemorizadas a todas las gentes. Quiso apoderarse de la fortaleza de las Eljas, que pertenecía a la Orden de Alcántara, pero su Comendador supo defenderla bien, hasta que finalmente consiguió su propósito. Se cuenta, como motivo de esta apropiación, el que el Comendador de las Eljas tuvo que ausentarse en un determinado momento, y dejó por Alcaide del Castillo a su único hijo, que era un mancebo por casar; dice un documento del siglo XVII[10] que tenía su afición puesta en una señora religiosa del convento de Santa María de Llano, questava en el canpo de Trebejo y yendo cierto día a visitarla, aprovechó Hernán Centeno para apresarle, diciéndole que le pondría en libertad si le entregaba las llaves de la fortaleza de las Eljas. Un romance antiguo relata cómo, una vez entregado el castillo, Hernán Centeno no cumplió su promesa. El romance dice así:

Yo me salí de las Heljas
en ora que no devía,
yva a ver a mis amores
questán en Sancta María,
Prendióme Hernán Centeno
¡que los malos años biva!
desque me tuviera preso
desta manera decía
“Si no me das a las Heljas
de aquí no te sacaría”
Mi Padre no tenía otro[11],
yo dado se los avía.
Desque se los uve dado
hizome gran villanía
mandóme sacar los ojos
con puntas de escrivanía.

Cierto o no, lo que resulta indudable es la fama que Hernán Centeno tuvo en su época, que no sólo le valió el sobrenombre de “Travieso” sino que lo convirtió en una verdadera leyenda, adjudicándole semejantes tropelías cantadas en un romance. Finalmente, fueron los Reyes Católicos quienes restablecieron el orden y la justicia en aquella zona.

Que los Centeno eran vecinos de Peñaparda consta documentalmente. Allí vivió Perálvarez Centeno en 1495 y Constanza Centeno y su marido Garcilópez Pacheco en 1532. Este último dato se conoce por una escritura de promesa de dote, otorgada en Peñaparda y firmada por el padre de la novia Garcilópez Pacheco que dice textualmente vecino que soy de Peñaparda[12].

Ya he dicho cómo, en la primera mitad del siglo XVII, se decidió por el Real Consejo la venta de varios lugares como medida para sanear la Hacienda. Esta suerte corrió Peñaparda, a pesar de la oposición del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, a cuya jurisdicción pertenecía.

En febrero de 1634 don Luis del Águila, Regidor de Ciudad Rodrigo, estuvo presente en la toma de posesión de los cuatro lugares -Peñaparda, el Villar, Casillas y el Payo- que don Pedro Alfonso Flores Montenegro había comprado en el Campo de Robledo, posesión a la que se opuso en nombre del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, alegando que no podían venderse por estar dentro de la legua de la raya de Portugal[13] . En esa época, don Luis del Águila era Alcaide del castillo del Payo, pero no era señor de ese lugar por estar en litigio el mayorazgo de la casa de los Águila, al que estaba vinculado este Señorío.

A pesar de las diligencias llevadas a cabo en Madrid, de las contradicciones en los actos de posesión y de los pasos posteriores que se dieron para deshacer las ventas, nada se consiguió y los cuatro lugares pasaron a propiedad de don Pedro Flores Montenegro, añadiendo al nombre original de dichos pueblos, el de Flores, indicando así el linaje de su poseedor. En la actualidad sólo Casillas de Flores conserva el nombre que tomó en aquel tiempo.

Don Pedro Alfonso Flores Montenegro era un Indiano nacido en Lima, hacia 1587, hijo del Capitán don Juan Gutiérrez Flores, Caballero de Alcántara que era natural de Brozas, en la hoy provincia de Cáceres y marchó a Perú, donde fue Alguacil Mayor del Santo Oficio de Lima. Vuelto a España don Pedro, casó en Cáceres, en 1614, y heredó de su madre, doña Lucía de Montenegro, las Encomiendas de las Indias y entre otros cargos y distinciones, fue Regidor perpetuo de Alcántara y Brozas, y Alférez mayor de Brozas. Fue también Corregidor de Córdoba, Salamanca, Valladolid y Cuenca y murió en 1664[14].

Sin embargo ni él ni sus sucesores terminaron de pagar el precio convenido, por lo que Peñaparda volvió a su condición de villa realenga en 1696.

En 1638 el Rey don Felipe IV había concedido a don Pedro Flores Montenegro el título de Vizconde de Peñaparda, que aún hoy día ostenta su descendiente don José Miguel Rueda y Muñoz de San Pedro, destacado arquitecto y, hasta hace poco tiempo, director general de Patrimonio de la Comunidad de Madrid.

EL VILLAR DE FLORES

Lindando con Peñaparda, se encontraba el término de El Villar. Su trayectoria, por la abundancia de documentos encontrados, resulta algo complicada. Desde 1580 todos sus vecinos habían hipotecado los propios del lugar y las heredades que tenían como particulares en casas, huertos, prados y linares, gravándolos con varios juros, pero, al no poder hacer frente a su pago, se vieron embargados y ejecutados los bienes a petición de Manuel Enríquez poseedor de los juros desde 1606.

En 1623, el yerno de éste, don Martín de Cáceres Pacheco, marido de doña Magdalena Enríquez de Soria, compró a la Hacienda Real las Alcabalas de El Villar, es decir la contribución que se pagaba sobre todas las compraventas que se hicieran en ese lugar.

A lo largo de esos años, don Martín de Cáceres Pacheco fue comprando a los vecinos cortinas, linares, prados y casas, consiguiendo también la posesión de los bienes ejecutados, pidiendo que se sacaran a pregón, pues alegaba que no rentaban lo suficiente para el pago de la deuda. Pero, como nadie se presentó ofreciendo cosa alguna, quedó como único postor, es decir dueño de todos los bienes embargados. Así, en 1633 poseía parte de este lugar y era además Señor de sus Alcabalas, lo que a veces le ponía en situaciones incómodas y hasta peligrosas. En cierta ocasión, en que don Martín se había presentado para prender a un vecino, llamado Pedro Hernández, para encerrarlo en la cárcel, mientras no pagara las alcabalas atrasadas, cuenta un testigo que el tal Pedro le gritó muchas veces con grandes voces y cólera que no quería yr preso y le amenazó diciéndole que se avia de acordar dél, y asiéndole el sr don Martín, se resistió y le tiró algunas puñadas y le rasgó las mangas y se vaxó al suelo a coxer piedras y si no fuera por algunas personas que estaban presentes que se las quitaron, le tirara con ellas y le maltratara por ser como es Pedro Hernández hombre atrevido y descortés con la justicia, finalmente logró huir del pueblo, pues aunque había muchos vecinos presentes a los que don Martín pidió ayuda, sólo Francisco Toribio, alcalde mayor de la villa, acudió en su apoyo. A Pedro Hernández se le embargó un capote pardo[15].

Por esta época -en 1634- el vizconde de Peñaparda había comprado a Su Majestad el señorío y vasallaje de este lugar que en adelante se conocería con el nombre de Villar de Flores, apellido como ya hemos dicho del vizconde. Pero los inconvenientes por el cobro de las alcabalas continuaron. Esta vez fue Andrés de la Mata, alcalde ordinario, el que se encaró con don Martín, estando éste en el Villar cobrando las Alcabalas. Le gritó e insultó diciendo que las tenía usurpadas al Rey, y quiso amotinar al pueblo, pero en realidad, al decir de los testigos, Andrés de la Mata era un hombre violento y tenía atemorizados a los vecinos con sus amenazas y agresiones. Había también derribado cinco casas de su propiedad y vendido su despojo; cuando los vecinos le afearon su conducta respondió que lo hacía por se quedar solo en la dicha villa y ser señor de toda la villa y baldíos y realengos. Opinaban los vecinos que era el causante de que muchos se hubieran ido del pueblo, dejando sus casas y haciendas, de manera que, habiendo sido un lugar que cuando Andrés de la Mata vino a él, tenía más de setenta vecinos, ahora no quedaban ni veinte, pues es un hombre de tan mala condizión que se a de despoblar la villa si se queda en ella[16].

En efecto, el Villar de Flores se despobló, pero fue a causa del levantamiento de Portugal en 1640, quedando sus términos totalmente yermos y desamparados hasta que se hicieron las paces en 1669. Entonces, el hijo y sucesor del vizconde de Peñaparda, arrendó para vaqueril el término despoblado del Villar y don Manuel Osorio de Cáceres, nieto y sucesor de don Martín de Cáceres, pretendió cobrar por las Alcabalas el mismo precio en que se arrendaban cuando estaba poblada. Este pleito lo ganó don Manuel Osorio contra el vizconde de Peñaparda.

Tiempo después, con motivo de no haberse terminado de pagar el precio de la venta de dicho señorío y vasallaje por los sucesores del vizconde de Peñaparda -como ya he comentado- se reintegró el despoblado de Villar de Flores a la Real Hacienda en el año de 1696. No obstante, don Manuel Osorio siguió cobrando de los arrendatarios las alcabalas hasta que, nuevamente en 1704 con motivo de la última guerra con Portugal, volvió otra vez a quedar infructífero el despoblado.

Llegada la paz, don Manuel Osorio de Cáceres, intentó una repoblación de la villa; fabricó una casa grande en donde antiguamente se asentaba la población, poniendo su escudo de armas, y llevó criados que, teniéndose por vecinos, cultivaban las tierras y habitaban en ellas. Formaban Concejo, teniendo sus alcaldes y justicias aprobadas por el Consejo de Castilla, y don Manuel Osorio disfrutaba con sus ganados los pastos del referido término. Pero en 1719 se envió orden al Gobernador de Ciudad Rodrigo para que en nombre de la Real Hacienda tomase posesión del despoblado de Villar de Flores, arrendando sus tierras al mejor postor, convirtiéndose definitivamente en dehesa como lo es en la actualidad.

ROBLEDA

No puedo terminar esta exposición sin dedicar algunas palabras a Robleda puesto que aquí nos encontramos. El no hacerlo más extensamente, se debe a que Robleda cuenta ya con un libro sobre su Historia[17], el del Profesor José Alonso Pascual. En mis indagaciones para ampliar mis conocimientos sobre esta comarca se me habló de su existencia y, a mi paso por Salamanca, decidí ir a una librería a comprarlo. Con él en las manos, dudaba de si sería o no el libro que me habían recomendado y pregunté: ¿será éste el que quiero?, ¿no habrá otro? La persona que me atendía exclamó: ¿otro? ¿cómo otro? ¡y muy valiente ha sido el que se ha atrevido a escribirlo!

Aunque no sabía cuál era el sentido de esta respuesta, interpreté que su parecer era el que Robleda no tenía historia suficiente para llenar un libro o, al menos, que ésta no resultaba de especial interés. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, pues, a pesar de la completa e interesante Crónica Robledana del Profesor Alonso Pascual, se puede seguir escribiendo sobre Robleda.

Los libros parroquiales, completos desde el siglo XVI[18], nos dan datos suficientes para recomponer los linajes robledanos que aún perviven en este lugar y de cuyos apellidos, conocemos muchas veces su origen: Saúgo, el Payo, Peñaparda… Supone un auténtico reto el intentar desenmarañar ese montón de ramas del apellido Mateos que, para diferenciarlos unos de otros, se convirtieron durante varias generaciones en Mateos de la Gila, Mateos de la Isidra o Mateos de la Indiana en alusión clara a sus repectivas madres. Otro de sus linajes, el de Samaniego, tiene su origen en un caballero de Santiago, llamado don Alonso, que tuvo un hijo con una señora principal, doña Catalina Enríquez; la crianza de este niño, reconocido por sus padres, fue posiblemente encomendada a un matrimonio de Robleda, pues aquí casó en 1685 y tuvo cinco hijos varones que dieron origen a los innumerables Samaniegos de este lugar.

La endogamia de los matrimonios de Robleda llenan de dispensas matrimoniales el archivo de la Diócesis. Ahí se encuentran también los testamentos, muy interesantes de desempolvar, pues nos hablan de sus costumbres y sus devociones, de los topónimos de sus propiedades o de los barrios y calles donde tenían su casa; nos describen las piezas de que se compone el mi vestido de los domingos o el de los cada días, como así llamaban al de diario, otras veces de traer a los días o de cal día[19].

Aparecen motes de fácil interpretación como la Bertolita, la Jurdana, la Crespa, la Sancha…

Se escapan algunas palabras no usadas en la burocracia como estribuian en lugar de distribuyan, aiga en vez de haya, metá en lugar de mitad, para mor de dios en lugar de por amor de Dios, jilos en vez de hilos, adanbos en lugar de a ambos, bues en lugar de bueyes etc.

Y aunque todo esto es un capítulo en el que hoy no voy a entrar, no me resisto a citar algunos ejemplos costumbristas porque sé el interés que despiertan entre esta audiencia:

En el siglo XVII María Picado llevó de dote, cuando se casó, dos bestidos, uno que llevaba puesto de paño de garobillas y otro mexor con algún manteo de color y lo mexor que pude -dice su padre- y su cama de ropa como se usa en este lugar. Y un arca i artesa y çedados cernideras. Y un caldero nuevo y una sartén.

En 1617, el vestido de fiesta de Juana García era un sayo beldescuro, una cinta prieta, una vara pardilla, un reboço bueno hollado y una camisa de unas labores medianas y unas cabeçadas y un orillo verde y unos cuerpos negros. Sus vestidos de cadal día consistían en un manteo verde, una cinta prieta, una vara de paño usada, una sabanilla, unos cuerpos claros, una camisa de balona mediada y unos zuecos.

Las cintas debían de ser muy preciadas pues a menudo aparecen en las mandas de sus testamentos -nuevas o usadas- como legado a sus hijas, hermanas o sobrinas. Casi siempre eran de contray, es decir de un paño fino que se fabricaba en la ciudad de Courtrai, en Flandes.

Ese mismo año de 1617, los vestidos de los domingos de Martín Antón se componían de un sayo pardillo guarnecido de pasamanos y unos grigiescos pardillos bordados, de terciopelo y un xubon de lino y un camisón bueno y unos borcegiles y çapatos y unas medias de lino y un sonbrero bueno aforrado y una petrina y un capote prieto bueno. Y el vestido de cada día era un sayo y unos gregiescos pardos. Los gregüescos eran calzones muy anchos que se usaron en los siglos XVI y XVII. A mediados del siglo XVIII se empieza a nombrar la casaca.

Como joyas también en 1617, Juana Sánchez nombra dos hillos de gavanços con sus arçocillos de plata y su joia.

En fin no quiero alargarme más. Agradezco a la organización de estas Jornadas el haberme invitado a participar en ellas y animo a la Asociación Cultural “Documentación y Estudio de El Rebollar” a seguir fomentando el estudio de esta comarca, su lenguaje, sus costumbres, sus tradiciones y, en definitiva, su Historia, pues merece la pena.

NOTAS:

[1] AYALA MARTÍNEZ, Carlos. Libro de los privilegios de la Orden de San Juan de Jerusalén en Castilla y León -siglos XII-XV-, pg. 137: iuxta serram qua itur ad portum de Pedrosin, scilicet, inter Sanctam Mariam de Revoreda et inter portum de Almazaida et portum de Pedrosin.
[2] TORRES TAPIA, Licenciado Frey don Alonso de. Crónica de la Orden de Alcántara. Facsímil de la edición de 1763, escrita en 1655, pg. 214.
[3] Ibid, pg. 231.
[4] Ibid, pg. 235.
[5] Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo, grupo 18, caja 16, doc 1. Este documento está publicado por la Diputación de Salamanca (1988) en el libro titulado Documentación Medieval del Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo, siendo sus autores Ángel BARRIOS, José María MONSALVO y Gregorio del SER QUIJANO.
[6] Archivo Nacional de Simancas, Registro General del Sello, sig. 2345.
[7] Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo, Libro de acuerdos del Ayuntamiento de 1630, fs 142 y 240.
[8] Archivo privado de la Casa de Miranda de Ciudad Rodrigo, Legajo de los Miranda nº 2, documento nº 2.
[9] Archivo privado de la Casa de Miranda de Ciudad Rodrigo, Doc. Linajes, fº 16v.
[10] Archivo privado de la Casa de Miranda, Documento titulado Linajes.
[11] Se refiere a que no tenía otro hijo, pues él era único.
[12] Archivo privado de la Casa de Miranda de Ciudad Rodrigo, Legajo de los Centeno, documento A.19. Llevó de dote Constanza Centeno, 700 ducados en reales, dos vestidos, uno de seda y otro de raja, y toda la casa “alhajada” es decir amueblada y con todo lo necesario para poderla habitar.
[13] Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo, Libro de acuerdos del Ayuntamiento de 1634, folio 661.
[14] MAYORALGO Y LODO, José Miguel de. Conde de los Acevedos. La Casa de Ovando, Cáceres 1991.
[15] Archivo privado de la Casa de Miranda, Legajo de los Osorio de Cáceres.
[16] A.C.M. Legajo de los Osorio de Cáceres.
[17] ALONSO PASCUAL, José. Robleda: crónica y descripción del lugar. Salamanca 2002.
[18] Archivo de la Diócesis de Ciudad Rodrigo, Libros parroquiales de Robleda nº 1366 y ss.
[19] Archivo de la Diócesis de Ciudad Rodrigo, Legajo 1408 y ss

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