Durante el primer llamamiento a la Cruzada, hacia 1118-19 y tras la conquista de Jerusalén, se constituyó la orden militar de los templarios en Tierra Santa. Con el apoyo del papado y de las monarquías occidentales lograron convertirse en una poderosa institución castrense internacional con numerosas propiedades en todo el orbe cristiano e importantes privilegios jurídicos y económicos. En España también iniciaron, desde fecha temprana, sus actividades espoleados por el escenario de enfrentamiento contra los musulmanes que entonces dominaba la Península e igualmente obtuvieron un notable desarrollo. Sin embargo, en 1307 se inició un proceso público fulminante contra este instituto armado que culminó, cinco años después, con la disolución de la orden y el reparto de sus propiedades entre distintas instancias (1).
Es seguro que los templarios tuvieron posesiones de diversa entidad en Ciudad Rodrigo, sin embargo, la historiografía local ha sido muy parca en noticias al hablar de dicha presencia. Los tres grandes cronistas locales -Sánchez Cabañas, Nogales Delicado y Hernández Vegas- apenas dedicaron a los freires unas pocas líneas más fundamentadas en la tradición oral que en la documentación. Nuestro objetivo será revisar los relatos realizados por estos historiadores y aportar nuevas informaciones medievales más verosímiles que nos permitan conocer mejor la presencia del Temple en Ciudad Rodrigo.
Referencias a los templarios en la historiografía local
El primer autor que habló de los templarios fue Sánchez Cabañas en su “Historia Civitatense” hacia el primer cuarto del siglo XVII. El canónigo no abordó el tema de forma monográfica, sino al paso mientras comentaba algún documento, lugar, iglesia o biografía de prelado que, según él, guardaban cierta relación con esa orden militar. Las noticias aportadas, por tanto, son apenas unos párrafos repartidos a lo largo de las distintas versiones de su obra. Según este testimonio, los templarios estuvieron entre los grandes propietarios de la diócesis. Su patrimonio lo formarían algunos lugares aislados como “Los Santos” pero fundamentalmente estaría compuesto por el Abadengo que pasó a manos del obispo civitatense tras la pérdida de Ribacoa.
También, contaban con una iglesia intramuros de la ciudad – la del Santo Sepulcro – que era la sede para los pleitos del cabildo de clérigos y laicos de la villa, encabezados aquéllos por el denominado “abadón” templario (2).
Otro de los cronistas de la villa aportó una visión de la presencia templaria muy diferente. Dionisio Nogales Delicado a finales del siglo XIX, también aludió muy brevemente a la orden militar (3). Decía seguir a Sánchez Cabañas pero lo cierto es que los datos aportados diferían notablemente de la visión sugerida por el canónigo. Así, para Nogales, el Temple tuvo un peso en la diócesis muy reducido. Habría disfrutado de una parroquia en la villa y de casi media docena de lugares -Pueblos de los Santos, Guadapero, Sesmiro, Bogajo, Lerilla, montes de Matahijos y viñas de Tejares- cuyo destinatario final, tras la disolución de la orden, acabó siendo el rey bajo el compromiso de invertir en la lucha contra el Islam las rentas recaudadas en ellos. Esta versión dejaba atrás muchos aspectos mencionados por el autor en el que decía basarse: No revelaba el nombre de la iglesia templaria que pasó a los hospitalarios; nada decía del Abadengo, ni del Santo Sepulcro, ni del episcopado como receptor último del patrimonio de la orden. Ciertamente, Nogales Delicado goza de escaso crédito entre los investigadores actuales y sus informaciones siempre deben ser tomadas con extrema cautela. Aunque no podemos descartar que manejara alguna “Historia Civitatense” hoy desaparecida o que sus afirmaciones se sustentaran en la memoria popular. Aún así, seguiríamos sin contar con una documentación medieval fiable que apoyara sus aseveraciones.
Ya en el siglo XX, Mateo Hernández Vegas abordó de nuevo la cuestión. Aunque obvió la mención de sus fuentes, no cabe duda de que fundamentó su relato en lo aportado por sus dos ilustres predecesores. Él fue consciente del conflicto de visiones que al respecto habían ofrecido. Por eso, y al carecer de otros datos, el obispo optó por la vía conciliadora (4). Así, intentó armonizar los planteamientos de las dos crónicas precedentes en una síntesis nueva. Tomó elementos de ambas para combinados a su arbitrio. Como algunos datos eran complementarios, los yuxtapuso sin problemas de tal modo que terminó aceptando la idea de un Abadengo templario que pasaba a la mesa episcopal, mientras el patrimonio enumerado por Nogales Delicado recaía en la monarquía, o que la iglesia del Santo Sepulcro era la residencia del “abadón”. Pero en donde las informaciones se contradecían entre sí o frente a otros documentos debió optar o bien matizar sus pesquisas. De este modo, para Hernández Vegas Los Santos no pasaron al rey, sino a los hospitalarios, con lo que aceptaba a Sánchez Cabañas y desdecía a Nogales Delicado. Y en el caso de Lerilla, como el prelado sabía de documentación medieval que situaba este lugar entre las propiedades del diocesano, le concedió solo una breve etapa dentro del realengo, tras la cual hizo pertenecer a la Catedral.
En resumen, poco ofrece la historiografía local sobre el tema que nos ocupa. Apenas unas noticias dudosas carentes de soporte documental. Sin embargo, no todos los datos sugeridos tienen los mismos visos de realidad. Dos atribuciones de estos cronistas deben ser rechazadas por ser el producto de unas interpretaciones erróneas y aventuradas: La pertenencia del Abadengo y de la iglesia del Santo Sepulcro a la orden del Temple. Del primer aspecto ya comentamos en otro trabajo cómo el término abadengo no guardaba relación con ningún abadón sino que era la denominación medieval común para referirse a todo el patrimonio territorial perteneciente a una institución eclesiástica. Por otro lado, el abad mencionado por Sánchez Cabañas sería el máximo cargo establecido dentro de un cabildo de clérigos y no un rango de la milicia templaria (5).
En relación con la iglesia del Santo Sepulcro, de nuevo el cronista debió de hacer una asociación precipitada a partir de su nombre. Pero, lo más probable, es que dicho edificio recibiera su advocación precisamente de la Orden del Santo Sepulcro y no de los freires templarios. La congregación de canónigos del Santo Sepulcro también se fundó a comienzos del siglo XII en Tierra Santa y logró una considerable expansión en Occidente. Durante sus primeros cien años adquirieron muchos enclaves en casi todas las diócesis leonesas gracias a la generosidad de reyes y particulares. Creemos que en virtud de dicho empuje terminaron también instalándose en Ciudad Rodrigo y la iglesia del Santo Sepulcro, denominación habitual que otorgaban a sus templos, sería la prueba de su llegada. Además, constatamos que en 1398 existía un comendador de “Sant Sepulcro” en la villa y aún proseguía la encomienda en 1488, año en el que su administrador asistió al capitulo general de la orden (6). En 1489 se produjo la anexión de toda esta institución a la de San Juan, por lo que todos los bienes de aquella pasaron a los hospitalarios. Circunstancia que debió de afectar a sus propiedades mirobrigenses y que explicaría por qué la iglesia del Santo Sepulcro era posesión del Hospital en tiempos de Sánchez Cabañas.
Documentación medieval sobre el Temple civitatense
La documentación en la diócesis de autoría propiamente templaria padece de una penuria total. No conocemos ningún texto completo que se haya conservado, pero sí noticias acerca de los freires de Ciudad Rodrigo en otros documentos. El más antiguo de estos está fechado en 1218 y en él figura “Dominici Petri, comendatore fratre Templi” suscribiendo un importante acuerdo redactado en la villa. En el cargo exhibido por este personaje no se recogía su procedencia exacta, es decir, de qué lugar era comendador. Pero dado que el texto donde participó como testigo se elaboró en el concejo mirobrigense ante autoridades y testigos autóctonos, cabe considerar administrador templario en dicha localidad con ciertas garantías al citado Domingo Pérez (7). De ser cierta esta suposición, el Temple poseería en la villa no meras propiedades, sino toda una encomienda (8) desde principios del siglo XIII. Este extremo institucional lo confirmamos ya el año 1310 en pleno proceso de persecución contra los freires. En aquel año se dictó una citación genérica para que los templarios de Ciudad Rodrigo acudieran a una vista: “et omnibus fratibus qui consueverunt habitare in bayliua de Cidade” (9).
De modo indirecto otros datos vinculan a la milicia con la villa: En 1253 el maestre del Temple eligió a Miguel Sebastián de “Ciutat Rodrigo” como uno de sus hombres buenos para que dirimiera, junto a los demás hombres buenos del maestre de Alcántara, en el pleito que implicaba a ambas órdenes militares por los términos de Capilla, Almorchón y Benquerencia (10). Y, por su parte, el obispo civitatense Alfonso participó el 21 de octubre 1310 en la reunión salmantina de prelados que absolvió a los templarios en los inicios de su persecución y condena (11).
Finalmente más referencias medievales, desconocidas hasta la actualidad, han sido obtenidas tras nuestra consulta del Archivo Secreto Vaticano. En un listado sobre el estado de las poblaciones, iglesias y ermitas del obispado elaborado hacia 1370 se da noticia escueta, pero precisa, sobre el patrimonio templario (12). Al mencionar las ermitas de la ciudad, aparece como intramuros la “Ecclesia sanete marie templariorum”. La mención, aun 60 años después de la disolución de la orden, no ofrece duda alguna: Dentro de los muros de la villa existía una iglesia consagrada a Santa María de los Templarios.
Creemos poder identificar este oratorio con la ermita dedicada a Nuestra Señora del Templo que Sánchez Cabañas situó en la plaza junto a la desaparecida Puerta del Alcázar (13). Por su parte González Dávila también citó el “Templo del Orden Militar de san Juan” como una de las diez ermitas existentes en la ciudad (14). En memoria de dicha iglesia queda hoy la “calle del Templo”, cuyo sentido original debiera ser “calle del Temple” (15). Con probabilidad, la primitiva ermita allí ubicada pasaría a los hospitalarios tras la eliminación de la orden templaria.
El citado informe vaticano también alude a las iglesias del Santo Sepulcro o al lugar llamado de los Santos, pero nada dice sobre su vinculación a los freires. Distinto es el caso de otra ermita: “Sancte marie de cavalleros in villar dela vieya”. Efectivamente en VilIavieja de Yeltes permanece levantada una ermita a Nuestra Señora de los Caballeros, traslado de la que antiguamente había en el poblado de Santidad.
Sierro Malmierca ha realizado algunas observaciones a este respecto: En el antiguo emplazamiento, a varios kilómetros de la localidad, todavía se conservan restos del edificio primitivo; la imagen a la que se rinde culto apareció en 1480, aunque no fundamenta el dato, y considera que el mencionado lugar de Santidad fue posesión de la Orden de los Templarios16. Por su parte, el documento vaticano no precisa a qué orden pertenecían los mencionados “cavalleros”, pero tanto la tradición posterior como el lugar, muy alejado de la zona donde concentraban sus bienes las restantes órdenes en la diócesis, nos hace pensar que bien pudiera tratarse de templarios. Tampoco nos pasa desapercibida la semejanza existente entre los topónimos de los Santos y Santidad de la que ya se hizo eco Mateo Hernández Vegas (17), así como la proximidad a Bogajo, uno de los lugares templarios enumerados por Nogales Delicado. Todo ello apuntaría a una más que probable presencia de la milicia en las inmediaciones de Villavieja.
En definitiva, después de analizar los escasos datos existentes podemos aventurar algunas conclusiones:
El Temple contó en la diócesis civitatense con una encomienda que ya estaría plenamente establecida a comienzos del siglo XIII y prolongó su existencia hasta la desaparición de la orden.
Posiblemente, su llegada se produjo a finales del siglo XII, en el momento en el que numerosas instituciones eclesiásticas se asentaron en la villa. El hecho de que los freires levantaran un templo intramuros de la villa puede servir como indicador de esa temprana presencia en la ciudad.
Con respecto a su organización interna, el núcleo principal de la encomienda se encontraría en Ciudad Rodrigo, donde en su recuerdo aún perdura la calle del Templo, y se completaría con algunas otras posesiones dispersas por el obispado, uno de cuyos núcleos lo hallaríamos en torno a Villavieja.
Por último, las ermitas de Santa María de los Templarios en Ciudad Rodrigo y Santa María de los Caballeros en Villavieja de Yeltes responderían a un tipo de iglesias que fueron muy habituales dentro de la orden para atender las necesidades espirituales de freires y vecinos (18). No sabemos con certeza en quien recayeron todos estos bienes tras la disolución del Temple, salvo la ermita ubicada en la ciudad que debió de pasar a los hospitalarios.
Esperemos que nuevas pesquisas permitan completar en un futuro próximo el panorama aquí esbozado.
Juan José Sánchez-Oro Rosa
Publicado en: “Ciudad Rodrigo y los templarios”,
Libro del Carnaval, VV.AA, Ciudad Rodrigo, 2004, pp. 347-351
NOTAS
(1) Una exposición sobre la trayectoria general de la Orden en Demurger, A. Auge y carda de los templarios, Barcelona, 1987) y Barber, M. “Templarios. La nueva Caballería”, Barcelona, 2001. Para el reino castellano-leonés la síntesis de Martínez Diez, G. Los templarios en la Corona de Castilla, Burgos, 1993).
(2) Sánchez Cabañas, A. Historia Ciuitatense (ed. BarriosGarcía, A. y Martín Viso, l.) Salamanca, 2001, pp. 122-123,159, 160,162,184-185,212 y Sánchez Cabañas, Historia de Ciudad Rodrigo (ed. Benito Polo, J.), Salamanca, 1967, p. 57.
(3) Nogales, Delicado, D.; Historia de la muy noble y leal Ciudad de Ciudad-Rodrigo, Ciudad Rodrigo, 1982 (1ª ed. 1882), p. 65.
(4) Hemández Vegas, M.: Ciudad Rodrigo, La Catedral y Ciudad, Salamanca, 1982 (1ª ed. Ciudad Rodrigo, 1935) p. 176-177.
(5) Sánchez-Oro, J.J.: Orígenes de la Iglesia en la diócesis de Ciudad Rodrigo. Episcopado, Monasterios y Órdenes Militares (1161-1264), Salamanca, 1997, pp. 127-129.
(6) Sobre la implantación de la Orden del Santo Sepulcro en Castilla y León, así como su presencia en Ciudad Rodrigo véase Martinez Díez, G.: La Orden y los caballeros del Santo Sepulcro en la Corona de Castilla, Burgos, 1995, pp. 136, 157, 162.
(7)Palacios Martín, B. (dir.): Colección diplomática medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), Madrid, 2000. doc. 63 y Martínez Díez, G.: “Los templarios en la Corona de Castilla”, Burgos, 1993, pág. 117.
(8) La encomienda era la unidad mínima de administración territorial regentada por un comendador. Aunque no responde a un modelo preciso, solía estar compuesta por un conjunto de bienes variados: residencia para los caballeros. iglesia y explotaciones económicas diversas.
(9) Javierre Mur, A.: “Aportación al estudio del proceso contra el Temple en Castilla”. Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 69 (1961), p. 76.
(10) Palacios Martín, B. (dir.): Colección diplomática medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), Madrid. 2000, doc. 129.
(11) BN ms 755, Ambrosio de Morales, (“Summa de privilegios”, fols. 249v-250v). Publicado por Martínez Diez, G.: Los templarios en la Corona de Castilla, Burgos, 1993, pp. 241-242.
(12) Sobre este interesante informe estamos en la actualidad realizando un análisis pormenorizado para su posterior publicación.
(13) Sánchez Cabañas, A.: Historia Civitatense (ed. Barrios García, A. y Martín Viso, l.) Salamanca, 2001, pp. 122 Y 162.
(14) González Dávila, G. : Teatro eclesiástico de las ciudades, e iglesias catedrales de España, Salamanca, 1618, tomo 1, p. 11.
(15) Los cronistas, en especial Sánchez Cabañas, acuden habitualmente al término “Templo”, más acorde a nuestro idioma, cuando se refieren a la orden del Temple. Sin embargo, ninguno acertó a asociar la ermita de Nuestra Señora del Templo con la milicia que nos ocupa.
(16) Sierro Malmierca, A.: Itinerario por los Retablos de Ciudad Rodrigo, Madrid, 1997, p. 152.
(17) “El lugar de los Santos, dicen algunos, que es Santidad, en término de Villa vieja, donde se veneraba la imagen de Nuestra Señora de los Caballeros Templarios, que con el nombre de Nuestra Señora de los Caballeros tiene hoy ermita propia en el pueblo. Sin negar que Santidad pudiera pertenecer a los templarios, y que ese sea el origen de la devota imagen, lo cierto es que los Santos y Santidad son dos localidades distintas y bastante distantes entre sí, pues, según consta por documentos de este archivo que citaremos más adelante, el lugar de los Santos, del cual se ha perdido hasta el nombre, estaba en el término de Ciudad Rodriga, como a una legua de la ciudad, al otro lado del Águeda no lejos de Fonseca” (Hernández Vegas, M.: Ciudad Rodrigo, La Catedral y la Ciudad, Salamanca, 1982; 1ª ed. Ciudad Rodrigo, 1935, p. 177).
(18) Demurger dice al respecto que “sean castillos, simples casas fortificadas o granjas, todas las encomiendas disponen de un lugar de culto, una capilla dentro del mismo edificio o, con mayor frecuencia, una edificación autónoma situada en las proximidades del convento… Las capillas están destinadas a las necesidades espirituales de los miembros de la orden, celebrando en ellas el culto los hermanos capellanes. Pero los templarios abren fácilmente sus puertas a los vecinos, con gran perjuicio para los párrocos, que ven alejarse así sus feligreses, con los recursos que éstos les proporcionan”. (Demurger, A.: Auge y caída de los templarios, Barcelona, 1987, p. 162. Véase también Barber, M.: Templarios. La nueva Caballería, Barcelona, 2001, pp. 213 y ss).
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