Croniquillas y necrologios de la Guerra Civil (32)

centrode septiembre 16, 2016 0
Croniquillas y necrologios de la Guerra Civil (32)

La pertinacia delatora. Necrologio de Villar de Ciervo

Ángel Iglesias Ovejero

 

 Los indicios de algunos tímidos actos de oposición al Movimiento (corte de carreteras) el día 19 de julio en Villar de Ciervo determinaron una represión análoga a la de otros pueblos fronterizos, sobre todo a la de Aldea del Obispo. Pero en este caso tuvo mayor calado por la vía jurídica militar, debido al empeño de los denunciantes locales, que incluso desde el frente de guerra seguían ejerciendo con tesón la predisposición delatora (Iglesias, Represión: 487-490). Sin duda la comezón remontaba a la original pedagogía del alférez Ernesto Bravo en julio y agosto para el cobro de “donativos” obligados (multas) con destino al “ejército nacional” en principio (croniquilla del 31 de julio).

  El número de víctimas mortales cervatas no es muy elevado. Tres en total, dos de ellas afectadas por las sacas: una quizá a consecuencia de una detención  domiciliaria el 16 de septiembre; la otra en una excarcelación alevosa. La tercera murió en la fuga del Fuerte de San Cristóbal (Pamplona), donde se hallaba a causa de una condena en consejo de guerra, que venía a ser el corolario de las denuncias.

Nicolás Hernández Muñoz, de 27 años, hijo de Manuel y Autora, jornalero, casado con María Calvo Limón (o ¿Simón?). Apareció cadáver el 16 de septiembre de 1936,  a consecuencia de heridas por arma de fuego, y fue enterrado en el cementerio municipal (act. def.16/09/36, ASMJ). No se dispone de datos sobre presuntos motivos de su asesinato.

Matías Andrés Ballesteros Lorenzo (a) “Trincalo”, de 68 años, hijo de Antonio e Isidora, albañil, consejero y depositario de la STT, casado con Tomasa Ferreira Montero, sin hijos. Fue excarcelado en la saca del 25 de noviembre de 1936, siendo  enterrado su cadáver en una fosa de Campanilla (ver croniquilla), con otros seis detenidos. Se menciona con morfología errática en el primer apellido (Vallesteros o Velasco) en la causa seguida contra su esposa Tomasa Ferreira y otros tres vecinos (C.1071/36). Según esta fuente, Matías fue detenido el 29 de julio de 1936 y estaba preso cuando se iniciaron las acciones judiciales de esta causa (17/10/36). Esto se confirma en la relación de presos de la cárcel del partido de Ciudad Rodrigo, según la cual Matías Ballesteros ingresó el 29 de julio de 1936 y salió el 25 de noviembre del mismo año. También parece confirmada la hipótesis de que fuera sacado de ella y asesinado, empezando por su acta de defunción, registrada al año siguiente (30/05/38, ASMJ). Poco después (16/07/38), daba por “fallecido” a Matías el secretario del ayuntamiento de Villar de Ciervo, Laureano Álvarez Macías, al informar sobre la multa impuesta a la viuda, Tomasa Ferreira (C. 2133/37).

Emiliano Pizarro Ferreira, de 38 años, hijo de Diego y Emilia, jornalero, socio de la STT, concejal republicano, casado con Ángela Zamarreño, sin constancia de eventual descendencia. Murió en la fuga del Fuerte de San Cristóbal (Pamplona), que tuvo lugar el 22 de mayo de 1938, cuando cumplía condena impuesta en consejo de guerra (19/12/36). Allí había otros penados de la zona mirobrigense, entre ellos un convecino de Emiliano, Valentín Lorenzo Bajo, uno de los dos afortunados que, de los 800 fugados, consiguieron llegar con vida a la tierra prometida de Francia (ver croniquilla prevista entre el 24 y 31 de octubre). Emiliano había sido acusado de participación en el corte de la carretera de Villar de la Yegua el 19 de julio, una vez desplazada la Guardia Civil del puesto a Ciudad Rodrigo (donde “ya imperaba el Fascio”), por lo que fue detenido el 15 de octubre y trasladado a Salamanca para ser procesado con otros 12 vecinos (C.884/36). La muerte de Emiliano Pizarro presenta analogías con la de las sacas carcelarias.

Está claro que el asesinato y la temprana detención de los dos primeros sacrificados no dejaban satisfechos a los responsables de la represión, cuyos objetivos eran ambiciosos y para alcanzarlos contaban con la pertinacia de los denunciantes cervatos. En efecto, a pesar de que la delación es una constante en “la sociedad del castigo” deseada y fomentada en el Nuevo Estado franquista, la evidencia de la de Villar de Ciervo es realmente llamativa. Ya resulta muy significativo el ensañamiento contra Tomasa Ferreira, procesada por el hallazgo de unos cuadernos con datos sindicales o con unas cuantas hojas arrancadas al principio. Pertenecían a su marido, Matías Ballesteros, un hombre ya mayor que estaba detenido y poco después sería asesinado. Hasta los mismos militares que la juzgaron no se atrevieron a condenarla, aunque sería multada (C.1071/36). Pero esto no enfriaba los ardores patrióticos de unos bravos y jovencísimos soldados en el frente de Robledo de Chavela, que antes, en la retaguardia, se habían ejercitado como falangistas en servicios de represión menos arriesgados para ellos. Desde allí remitieron una denuncia contra una treintena de vecinos, clasificando “la peligrosidad” de los denunciados y especificando sus presuntos delitos, sin dejar de insistir en la truculencia verbal de alguna mujer: “[a una vecina], innumerables veces se le ha oído frases como la siguiente, que tenía que preparar chuletas de guardia civil, cuya comida rociaría con sangre de cura” (C.884/36).

Esto explica el total de afectados de la represión, que (descontados los naturales, contabilizados en las localidades donde estuvieran avecindados, como Nemesio Ferreira en El Bodón y Gabriel Zato en Robleda) se eleva a mencionad treintena de personas identificadas:

-          Víctimas mortales: 3

-          Víctimas de represión carcelaria: 25

-          Depurados : 1 (también preso)

-          Sancionados o embargados: 8 (7 de ellos, también presos).

No hay constancia de que las autoridades locales hayan efectuado diligencia alguna para averiguar la existencia de otras víctimas ni el menor gesto de reconocimiento de las ya identificadas.

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